No creí
nunca
Que vería
brillar de nuevo a Venus
Sobre los
techos lejanos del Regimiento
Ni que en
la mañana
Reverdecieran
los pasos de la infancia
Bajo esos
pinos donde las ovejas lamen tiernamente el sol,
Ni que una
voz adolescente
Me
preguntara cómo se llaman las estrellas
A las que
nunca me he preocupado de dar nombre.
Tú eres el
mediodía misterioso
Del
silencio de parque
Donde
vemos luchar a un niño hace años con un ganso,
Allí el
sol al abandonar los avellanos
Nos deja
los relatos
De los
muertos que amamos
Y se me
reveló tu presencia
Con el
mismo resplandor
Del hacha
con que el amigo corta leña.
Alguien
pasa silbando
Una
canción que habla de nosotros.
Nunca me
has preguntado qué será de nosotros:
Sólo me
has preguntado el nombre de una estrella.
Junto a ti
he sido quien debiera haber sido.
Jorge
Teillier
Para un pueblo fantasma (1978)
"Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña,
me extraña hasta a mi mismo,
esto si que es algo verdaderamente extraño.
Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las cosas
y que crean que mañana irá todo mejor,
esto sí que es asombroso y es, con mucho,
la mayor maravilla de nuestra gracia.
Yo mismo estoy asombrado de ello.
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble
y que brote de una fuente inagotable
desde que comenzó a brotar por primera vez
como un río de sangre del costado abierto de mi hijo
¿Cual no será preciso que sea mi gracia y la fuerza de mi gracia
para que esta pequeña esperanza,
vacilante ante el soplo del pecado,
temblorosa ante los vientos
agonizante al menor soplo,
siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie,
tan invencible y pura e inmortal e imposible de apagar
como la pequeña llama del santuario
que arde eternamente en la lámpara fiel?
De esta manera,
una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos,
una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos,
una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo
de la muerte,
la esperanza,
Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza,
y no salgo de mi asombro.
Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada,
esta pequeña niña esperanza,
inmortal.
Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas,
mis hijas, mis niñas,
son como mis otras criaturas de la raza de los hombres:
la Fe es una esposa fiel,
la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón,
o quizá es una hermana mayor que es como una madre.
Y la Esperanza es una niñita de nada
que vino al mundo la Navidad del año pasado
y que juega todavía con Enero, el buenazo,
con sus arbolitos de madera de nacimiento,
cubiertos de escarcha pintada,
y con su buey y su mula de madera pintada,
y con su cuna de paja que los animales no comen porque son de madera.
Pero, sin embargo esta niñita esperanza es la que
atravesará los mundos, esta niñita de nada,
ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes,
ella es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos.
Como la estrella condujo a los Tres Reyes Magos desde
los confines del Oriente, hacia la cuna de mi Hijo,
así una llama temblorosa, la esperanza,
ella sola, guiará a las virtudes y a los mundos,
una llama romperá las eternas tinieblas.
Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores,
que la llevan de la mano,
va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación
de dejarse arrastrar
como un niño que no tuviera fuerza para caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos,
y la que las arrastra,
y la que hace andar al mundo entero
y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña".
Charles Péguy
"Una joven nube nació en medio de una gran tempestad en el mar Mediterráneo. Pero casi no tuvo tiempo de crecer allí, pues un fuerte viento empujó a todas las nubes en dirección a África.
No bien llegaron al continente, el clima cambió: un sol generoso brillaba en el cielo y abajo se extendía la arena dorada del desierto del Sahara. El viento siguió empujándolas en dirección a los bosques del sur, ya que en el desierto casi no llueve.
Entretanto la nuestra decidió desgarrarse de sus padres y de sus más viejos amigos para conocer el mundo.
—¿Qué estás haciendo? —protestó el viento—. ¡El desierto es todo igual! ¡Regresa a la formación y vámonos hasta el centro de África, donde existen montañas y árboles deslumbrantes!
Pero la joven nube, rebelde por Naturaleza, no obedeció. Poco a poco fue bajando de altitud hasta conseguir planear en una brisa suave, generosa, cerca de las arenas doradas. Después de pasear mucho, se dio cuenta de que una de las dunas le estaba sonriendo.
Vio que ella también era joven, recién formada por el viento que acababa de pasar. Y al momento se enamoró de su cabellera dorada.
—Buenos días —dijo—. ¿Cómo se vive allá abajo?
—Tengo la compañía de las otras dunas, del sol, del viento y de las caravanas que de vez en cuando pasan por aquí. A veces hace mucho calor, pero se puede aguantar. ¿Y cómo se vive allí arriba?
—También existen el viento y el sol, pero la ventaja es que puedo pasear por el cielo y conocer muchas cosas.
—Para mí la vida es corta —dijo la duna—. Cuando el viento vuelva de las selvas, desapareceré.
—¿Y esto te entristece?
—Me da la impresión de que no sirvo para nada.
—Yo también siento lo mismo. En cuanto pase un viento nuevo, iré hacia el sur y me transformaré en lluvia. Mientras tanto, este es mi destino.
La duna vaciló un poco, pero terminó diciendo:
—¿Sabes que aquí en el desierto decimos que la lluvia es el Paraíso?
—No sabía que podía transformarme en algo tan importante— dijo la nube, orgullosa.
—Ya escuché varias leyendas contadas por viejas dunas. Ellas dicen que, después de la lluvia, quedamos cubiertas por hierbas y flores. Pero yo nunca sabré lo que es eso, porque en el desierto es muy difícil que llueva.
Ahora fue la nube la que vaciló. Pero enseguida volvió a abrir su amplia sonrisa:
—Si quieres, puedo cubrirte de lluvia. Aunque acabo de llegar, me he enamorado de ti y me gustaría quedarme aquí para siempre.
—Cuando te vi por primera vez en el cielo también me enamoré —dijo la duna—. Pero si tú transformas tu linda cabellera blanca en lluvia, terminarás muriendo.
—El amor nunca muere —dijo la nube—. Se transforma. Y yo quiero mostrarte el Paraíso.
Y comenzó a acariciar a la duna con pequeñas gotas.
Así permanecieron juntas mucho tiempo hasta que apareció un arco iris.
Al día siguiente, la pequeña duna estaba cubierta de flores. Otras nubes que pasaban en dirección a África pensaban que allí estaba la parte del bosque que estaban buscando y soltaban más lluvia. Veinte años después, la duna se había transformado en un oasis, que refrescaba a los viajeros con la sombra de sus árboles.
Todo porque, un día, una nube enamorada no había tenido miedo de dar su vida por amor".
Paulo Coelho