En los últimos años estuve investigando la serie de películas que el mítico Roger Corman produjo en Argentina en los años ochenta asociado con Aries, la empresa de Fernando Ayala y Héctor Olivera. Ese trabajo terminó siendo un libro que ahora decidí publicar en formato digital, gratis.
Se titula
Hollywood en Don Torcuato – Las aventuras de Roger Corman y Héctor Olivera. En su momento se lo ofrecí a algunas editoriales, que no mostraron interés, y lo presenté en algún concurso, también sin suerte. Tenía la idea de autoeditarme en papel, pero nunca tuve la guita para hacerlo, y ahora el contexto de la pandemia empeora las cosas. Así que decidí lanzarlo así, gratis, en digital. Más adelante, cuando todo esto pase, veré si puedo imprimir al menos una tirada chica.
Con guerreros y amazonas, magos y hechiceras, narcotraficantes y agentes encubiertos, asesinos y mujeres fatales, Hollywood -o al menos algo bastante parecido- desembarcó en Buenos Aires de la mano de Corman como nunca lo había hecho y jamás volvería a hacerlo en la historia del cine nacional. Toda esa historia se cuenta en cerca de 240 páginas que incluyen 26 testimonios originales de actores, técnicos y artistas argentinos y extranjeros involucrados en esos rodajes. El libro tiene además 65 imágenes (una buena parte, inéditas) y mucho, mucho material de archivo.
Mi interés en el tema había comenzado hace más de una década, cuando publiqué
una serie de entradas en este blog que narraban esa historia. Pero aquellos textos tienen varias inexactitudes, algunos errores y, sobre todo, un tono que hoy no me gusta. En este libro traté de subsanar todo eso, y además profundicé en las historias y los personajes involucrados e indagué acerca de los motivos de esa curiosa -para algunos, insospechada- asociación entre el rey de la clase B y la productora de cine nacional más exitosa de los años setenta y ochenta.
Pueden
descargarlo acá, gratis, en dos versiones: una en formato PDF, maquetado como un libro tradicional y con imágenes; y otra en EPUB, por si quieren leerlo en un e-reader. Y, por supuesto, están invitados a compartirlo con quien quieran. ■
Si alguien viera hoy un episodio de
I Love Lucy (1951-57) e inmediatamente después uno de
The Big Bang Theory (2007-) no encontraría, superficialmente, demasiadas diferencias. Las cinco décadas que separan el final de una serie del inicio de la otra -cada una, en su momento, la más exitosa de la televisión estadounidense- no parecen haber marcado una evolución demasiado evidente en el formato. Es claro que la historia de Sheldon y los otros
nerds trata algunos de los temas (el sexo, por ejemplo) de un modo más directo que la de Lucy y Ricky Ricardo, pero la esencia, en gran medida, sigue siendo la misma: historias que se plantean, desarrollan y clausuran en veintipico de minutos, inevitablemente con un final feliz o, al menos, uno que deja a todos relativamente satisfechos; filmación en interiores (siempre habrá un sofá plantado frente a las cámaras) que no se preocupa demasiado por disimular su falta de verosímil ni por romper la rutina del plano-contraplano; y risas grabadas que subrayan no sólo los momentos cómicos, sino además la intensidad de esa comicidad.
Es que la evolución de la
sitcom, sobre todo en Estados Unidos, en general tendió a ser más temática que formal. Cada nueva historia integraba algún personaje o asunto más acorde con su presente, aunque la forma siguiera siendo más o menos la misma. Así, se suele considerar que
The Honeymooners (1955-56) fue la primera en representar de modo no idílico a un matrimonio de clase trabajadora,
The Mary Tyler Moore Show (1970-77) ofreció el retrato de una mujer soltera e independiente,
All in the Family (1971-79) se metió con temas de candente actualidad política y social, y el rotundo éxito de
The Cosby Show (1984-92) permitió el surgimiento de otras series con elencos mayoritariamente negros. Las novedades formales tardaron algo más en llegar, y en general lo hicieron desde los márgenes (en Estados Unidos, la TV por cable). Quizá el caso más notable sea el de
It's Garry Shandling's Show (1986-90), que con su constante autoconciencia inauguró un camino que hoy parece algo congestionado.
Las
sitcoms son una de las formas más refinadas de la comedia. Y también uno de los géneros televisivos por excelencia. En sus orígenes pueden rastrearse influencias teatrales y radiales, pero el género es impensable fuera de la pantalla chica. A tal punto es así que verlas de otro modo (una maratón en video o en
streaming) limita la experiencia, porque la repetición desnuda sus limitaciones. Un atracón de episodios deja al descubierto sus mecanismos, y el efecto cómico se debilita. Después de ver, por caso, una extensa seguidilla de
Seinfeld (1989-98), uno advierte que casi todas las escenas que involucran a Kramer cierran con un gag físico, y la sorpresa se licua. Por eso la mejor forma de disfrutarlas es del modo en que se emiten por TV: un episodio por semana.
Esta breve introducción de tono enciclopédico viene a cuento de que, a la par de los cambios en la forma de consumir televisión, en las últimas décadas las
sitcoms han evolucionado como nunca antes. Acaso el ejemplo más acabado sea
Louie (2010-15), la extraordinaria serie de Louis C.K. Pero no es el único. A continuación van otras tres series, quizá no tan conocidas en Argentina, que de algún modo intentaron trascender el corsé de las convenciones. Las tres, además, son muy buenas, lo que ya es excusa suficiente para dedicarle estas líneas.
Coupling (BBC Two, 2000-2004)
Buena parte de la crítica se apuró en calificar a esta
sitcom como la
Friends (1994-2004) británica, pero en realidad sería más preciso definir a
How I Met Your Mother (2005-14) como la
Coupling estadounidense. Porque si bien acá también hay seis amigos solteros (tres hombres y tres mujeres) de alrededor de 30 años que intentan conseguir pareja, lo que distingue a la serie es el uso de algunos recursos no del todo frecuentes en el formato. Es notable sobre todo la manipulación del punto de vista, que alcanza su punto más alto en el extraordinario "Nine and a Half Minutes", primer episodio de la cuarta y última temporada: la misma situación se narra tres veces desde diferentes personajes, y en cada una adquiere un sentido distinto (lo que hace que algunas situaciones sean graciosas por triplicado). "Split", el primer capítulo de la tercera temporada, cuenta la separación de una pareja completamente en
split screen: una parte de la pantalla sigue a ellas y la otra a ellos durante una noche. A esta variedad de recursos formales se suma un uso extraordinario de la palabra y sus distintas acepciones, y un tono bastante más zarpado que en similares series estadounidenses. La cuarta temporada es la más floja, en gran medida porque se bajó el actor que interpretaba a Jeff (un personaje tan traumado y sexualmente frustrado que hace que cualquiera de los
nerds de
The Big Bang Theory parezca el encargado de relaciones públicas de un boliche) y porque la serie comenzó a apelar demasiado a la alegoría. Pero el conjunto es notable. Acá se la pudo ver hace unos años por I-Sat.
It's Always Sunny in Philadelphia (FX, 2005-)
Descubrí demasiado tarde esta
sitcom, que acaba de concluir su decimosegunda temporada y promete al menos dos más. Por ahora sólo pude ver una veintena de episodios (hasta mediados de la tercera temporada, más o menos) y es genial. Si hubiera que referenciarla con otras series -un ejercicio tentador aunque no siempre útil- diría que se ubica en algún sitio impreciso entre una versión salvaje de
Seinfeld y el existencialismo de
Louie. Charly, Mac y los mellizos Dennis y Dee, dueños de un poco prestigioso pub irlandés en la ciudad del título, son capaces de las peores ruindades, y cuando en la segunda temporada aparece Frank (Danny DeVito), padre de los hermanos, las cosas no hacen más que empeorar. Filmada con una sola cámara, con muchos exteriores y sin risas grabadas,
It's Always Sunny in Philadelphia también se diferencia de las
sitcoms clásicas en la ausencia de finales felices y en que jamás pretende generar empatía con los personajes. Apenas un ejemplo: en "Dennis and Dee Go on Welfare", tercer episodio de la segunda temporada, los mellizos se hacen adictos al crack para poder cobrar un seguro social. Se trata de un tipo de humor -zarpado, impredecible, en ocasiones político y con frecuencia incómodo- que la televisión estadounidense sólo se permite en el cable.
Episodes (Showtime/BBC Two, 2011-2017)
Inscripto tangencialmente en la tradición de
It's Garry Shandling's Show,
Seinfeld y
Curb Your Enthusiasm (1999-2011), entre otras series, aquí Matt LeBlanc hace de sí mismo. O, para ser precisos, de una versión ficcionalizada de sí mismo, que viene a ser algo así como un Joey Tribbiani salvaje, desvergonzado y arrogante. La historia comienza cuando una pareja de guionistas británicos se muda a Los Ángeles para adaptar "Lyman's Boys", una premiada
sitcom que habían estrenado en Londres. Apenas instalados advierten que la feroz industria televisiva de este lado del Atlántico va a devorarlos, a ellos y a sus ideas. Y el primer problema se presenta cuando los productores les imponen a LeBlanc, que vuelve a la pantalla luego del fiasco de
Joey (2004-06), como el protagonista de la serie. A partir de ahí se suceden todo tipo de conflictos, lo que le permite a
Episodes reírse de la propia televisión. Sin risas grabadas, con puteadas y algún desnudo, la serie se aparta de la tradición clásica. Pero acaso el mayor mérito de esta nueva creación de David Crane (uno de los cerebros detrás de
Friends) y su pareja Jeffrey Klarik sea ratificar que no hay chistes viejos o nuevos, sino buenos o malos. En
Episodes hay humor en torno al tamaño del pene de LeBlanc, acerca de una mujer ciega o sobre cuestiones escatológicas, y siempre funciona porque tiene el tono y el
timing adecuados. Y como plus se puede disfrutar de la presencia de Kathleen Rose Perkins, una comediante extraordinaria que el cine y la TV aún no terminaron de aprovechar. La quinta y última temporada de
Episodes se presentará a fin de mes en el Festival de Tribeca, pero aún no hay fecha confirmada para su estreno televisivo. ■