En la Capilla Real de la Catedral de Sevilla hay una imagen de la Virgen, de estilo gótico y posible escuela francesa, lo que ha llevado a pensar que fue donada por Luis IX de Francia a su primo hermano y antepasado mio, Fernando III de Castilla, por ...
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"FORO DE MEDITACIONES" - 5 new articles

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En la Capilla Real de la Catedral de Sev...



En la Capilla Real de la Catedral de Sevilla hay una imagen de la Virgen, de estilo gótico y posible escuela francesa, lo que ha llevado a pensar que fue donada por Luis IX de Francia a su primo hermano y antepasado mio, Fernando III de Castilla, por eso la llaman nuestra Señora de los Reyes. 

A esa imagen de la Señora se le ha concedido el bastón de mando de alcaldesa perpetua, y lleva la medalla de la ciudad y el fajín de capitán general. Y en sus rodillas sostiene una imagen del Niño Jesús. En el frontal donde se encuentra la imagen han puesto en latín una frase de los proverbios (8,15) que podemos traducir: Por mí reinan los reyes.


Ya se ve que Ella tiene el máximo rango. Y es que, como ocurrió en los inicios del mundo, nada se haría sin la colaboración de Eva, madre de todos los vivientes. Pues, pasando el tiempo, nada se iba a realizar sin el consentimiento de María. El nuevo Adán sería fruto de su vientre. Y como un niño sonriente, el Rey de la casa y del mundo se sienta en la Madre, como si fuese su Trono. Esa Mujer es tan importante, que a Ella le debemos que el Pan que bajó del cielo lo tengamos ahora mismo en el sagrario.


Hablando de Sevilla, tengo que contar que hace pocos, cuando vivía, allí, al Colegio Mayor, heredero del primer centro de la Obra, donde nuestro Padre quiso que estuviera la imagen de la Virgen de los Reyes. Allí a Guadaira, acudió el hermano mayor de la Cofradía de la Macarena, la Hermandad más popular de Sevilla, con trece mil cofrades. 


Nos contaba que él, cuando llega al templo de san Gil, donde está la Esperanza, lo primero que hace cada mañana es... ir al sagrario:

Porque un “macareno” tiene que ser un hombre de Eucaristía

Él es de Santander, y otro, que es sevillano hasta los tuétanos, se extrañó, y un día le dijo: 

–Quillo, primero la Madre y luego el Hijo...

Y el hermano mayor de la Macarena nos aclaraba:

 –La devoción a una imagen de la Virgen no puede convertirse en idolatría... 

Por eso, aunque me critiquen, yo lo seguiré haciendo, porque tengo la obligación de enseñar a los demás. 

La mejor muestra de cariño a la Virgen tiene que pasar primero por el sagrario


Nos dejó a todos boquiabiertos. Y tiene toda la razón, porque, como nos enseña la teología y los santos, Ella le entregó su sangre y su cuerpo. El que dio su vida por nosotros y permanece en la Eucaristía se encarnó gracias Ella. 


No es extraño que se la compare con el Arca de la Alianza, porque en aquel receptáculo sagrado permanecía el alimento que Yahveh envió, como caído del cielo. Los hebreos, admirados, le llamaron maná, que significa “qué es esto”. 


También ante la Eucaristía no cabe otra cosa sino el asombro. Porque este Pan del cielo nos lo ha concedido el mismo Dios... Nos lo ha dado... para los que estamos aquí, que formamos su nuevo Pueblo. 


Que con este alimento tan “especial” seamos capaces de llegar a la nueva Tierra Prometida, donde ya están muchos de nuestros hermanos. El sagrario es como territorio del cielo; una embajada donde podemos refugiarnos, porque ese es nuestro verdadero país... Indudablemente tenemos doble nacionalidad. 


Hablando de María, la Iglesia nos dice de Ella que: “Se convierte de algún modo en el tabernáculo –el primer tabernáculo de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel”. 


Así ocurrió. El viaje a la casa del sacerdote Zacarías sería como la primera procesión del Corpus de la historia. Y Ella, la primera Custodia (cf. n. 55). 


Pasando el tiempo, en la ciudad de David... donde estaba profetizado, Ella daría a luz a la Luz. Precisamente en un lugar que servía para que se alimentaran los animales, la Escritura nos habla de un pesebre. Esa fue la primera cuna para el Pan del Cielo. Tampoco fue una casualidad que estuviera profetizado que naciese en Belén, nombre que significa “ casa del pan”.


La Boda

En el escudo de Sevilla se ve una madeja. Aparte de las leyendas que hay, una de las versiones que algunos destacan, dice que proviene de la cita del libro de Proverbios 18 que dice: Torre fuerte es el nombre de Yahveh. 


Esta cita está, precisamente, en el friso de las campanas de la Giralda, en que aparece escrito en latín: Turris Fortissima Nomen Domini. NO-MEN DO-MINI. De ese modo la “madeja” sería el logo –la expresión plástica de la palabra “NODO” que provendría del latín nodo, anudar. 


Por esta razón algunos dicen que ese nudo vendría a significar la unión entre el Hombre y Dios realizada en Jesús. Enlace entre Dios y la Humanidad, que viene a representar un misterio de luz como el de la Boda de Caná.


El primer milagro de Jesús de convertir el agua en vino no fue una cosa original, porque venía a significar la alegría de las fiestas, en especial del sabath, jornada dedicada a Dios, y por supuesto el vino no podía faltar en la celebración de un matrimonio. 


La Boda de Caná es un misterio de luz, que viene a explicar la vida del Señor. Allí Jesús transforma el agua, porque el vino llena de alegría el corazón (cfr. Sal 104, 15). 


Porque Dios, al hacerse Hombre, organizó una explosión de felicidad. Como se veía en la vida de los primeros cristianos, no necesitaban hacer ningún voto de alegría, porque le salía por los poros. La abundancia de vino en la boda de Caná nos hace comprender la generosidad de la pasión, donde Dios se entregó hasta el extremo, también lo que Jesús hizo allí es un adelanto de la alegría de la resurrección. 


Y, por supuesto, nos da luz sobre el misterio de la Eucaristía, donde el vino se convertirá en la sangre de nuestro Señor. Y además dice la Iglesia que así como en otros misterios de la vida de Jesús, la presencia de María queda en el trasfondo. Sin embargo en Caná de Galilea, Ella se convierte en protagonista (cfr. Rosarium Virginis Mariæ, n. 21). 


Como si fuera una nueva Eva, se adelanta al Varón, que parece que se resistía. Tenía razón Jesús al decirle que a Él y a Ella no les afectaba; efectivamente los dos estaban libres del pecado. Está claro que Jesús iba a hacer ese milagro, pero quería que su Madre tuviera protagonismo, como el que tuvo la Primera Mujer, y ese es el título que le da: –Mujer, a ti y a Mí qué nos da. 


Me acuerdo de la vez que le di a Mi madre ese título: estábamos en la cocina. Y le dije: –Pero Mujer no seas pesada…


Se enfadó muchísimo. No porque le dijera que era una pesada, sino porque le había llamado Mujer.


–¡A tu madre le dices, Mujer…


Y María con la fama de mandona, ganada a pulso que tienen las madres, le dice a los del catering de la boda: Haced lo que Él os diga (Jn 2, 5). 


Son la últimas palabras que se conservan de Ella. Lo mismo que Eva, María se adelantó: las dos influyen en el Varón. Gracias a la Virgen se dio la entrega de Jesús. Y gracias a Ella lo tenemos  aquí en la Eucaristía.


Cuando se relatan los sucesos de la tarde del Jueves Santo, no se menciona a la Virgen (cfr. Ecclesia de Eucharistia n. 53). 


Pero (19, 27), María se encontraba en Jerusalén precisamente por aquellos días, y según el uso judío de la cena pascual, correspondía a la madre de familia encender las luces... 


Es posible que fuera María la que cumpliera este rito en la Última Cena o, en el caso de que no se tratara de una cena pascual, seguro que Ella estaría preparando los alimentos. No es de extrañar que el pan ácimo saliese de sus manos... 


Hace años me enteré de que comenzaba el proceso de canonización de una mujer que trabajó durante toda su vida preparando alimentos y sirviéndolos. Por si alguno no lo sabe diré su nombre: Dora. 


En Granada, conocí a una auxiliar que había trabajado con ella durante años, y antes de que fuese a declarar en el proceso de Dora le pedí que me contase. 


La granadina me relató que, cuando se incorporó a Roma, san Josemaría le dijo a ella y a otras que llegaron a la vez: –Ahora os ponéis en manos de Dora, que os va a enseñar a trabajar. 


Me explicó que una de las cosas que más destacaría de ella era su profesionalidad. Me contaba que nunca se le había pasado por la cabeza que era una santa, sino que se trataba de una persona normal. 


Simplemente recordaba, como extraordinario, la fijeza con que miraba al Señor en el sagrario al hacer la oración.


Y sobre la profesionalidad me contó un detalle. Llegaba una fiesta importante y pensó en la comida para los Directores del Centro que ella atendía... 


Entonces se fue a un restaurante a pedir “la cáscara” de una langosta, y la rellenó de otro pescado. Unas horas después, quizá al día siguiente, uno de los sacerdotes que gobernaban el Opus Dei le dijo: –Mira Dora, me parece que con lo de la langosta os habéis pasado...


–Pues me da mucha alegría que me lo diga, precisamente usted, don Francisco, porque como buen navarro entiende de gastronomía… Me da alegría, porque usted ha comido langosta, y sin embargo era rape... en cáscara de langosta.


Eso se llama dar liebre por gato. Eso le pedimos a nuestra Madre, que este rato de oración aunque sean poca cosa, Ella las  convierta “en liebre”, o por lo menos lo parezca.


La Madre

Cuando los sacerdotes decimos en la consagración Haced esto en conmemoración mía (Lc 22, 19), en verdad se está actualizando “todo lo que Jesús llevó acabo en su pasión, muerte y resurrección”. 


Sabemos que, en aquellos momentos duros, al discípulo Juan, y a todos los que vendríamos después –en especial a los sacerdotes–, Jesús nos daba a su Madre. Desde la cruz, primero se dirige a Ella, que estaba de pie, junto a un árbol.


María está allí como si fuera el símbolo de Eva, también virgen, que llegaría a ser  la madre de todos los vivientes. El Señor le da el título de Mujer y añade: ¡He aquí a tu hijo! 


Como si le dijera “en testamento”: –Haz la función de madre. Luego se dirige a Juan, al que había ordenado sacerdote el día anterior... Y dice: ¡He aquí a tu madre! (Jn 19, 26.27). Jesús en la cruz nos la entrega: en su última voluntad, nos deja su joya más valiosa. 


Queda claro que, en nuestra Misa, no solo se entrega Él, sino que nos entrega a Ella. No podemos separar la Eucaristía de la Virgen. Es más, podríamos decir que la Misa es la mejor de las devociones marianas


Como veíamos antes, el evangelio no habla de que la Virgen esté presente en la institución de la Eucaristía. Pero se sabe (cfr. Act 1, 14) que, después de que Jesús ascendiera al cielo, Ella se reunía con sus nuevos hijos cuando iban a rezar... como hacen la madres. 


La Iglesia no exagera cuando dice que la presencia de María “no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera comunidad cristiana (Act 2, 42)” (n. 53). 


Pero no solo entonces, también ahora: “María está presente... como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas”. Así como la Iglesia vive de la Eucaristía y está unidísima a la Eucaristía, “lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía”, (n. 57), explica Juan Pablo II.


Todos los sacerdotes hemos observado el cambio que experimentan las personas al recibir la Comunión diariamente. En la vida de Juan Pablo II hay una anécdota que cuenta la protagonista de esta historia cuando don Karol Woytila todavía no era obispo. La chica en cuestión había ido a muchos confesores. Pero ninguno le dijo lo que don Karol: 


Ven mañana a la Santa Misa, ven a diario.

Y añade la interesada: “Nunca antes ningún otro sacerdote me lo había dicho, a pesar de que algunos me habían propuesto que nos volviésemos a encontrar, me había invitado a ir hacia él. Pero aquel sacerdote no había dicho ‘vuelve a verme’ sino ven a la Santa Misa”.


A veces nos empeñamos en hacer milagros, cuando los milagros los hace el contacto con la Eucaristía, el mejor medio para discernir la vocación. Recuerdo que, cuando tenía ocho años, iba en verano todos los días a Misa acompañando a mi padre. 


Y sin saber cómo, sentí que tenía que entregarme a Dios. Es más, pensé que era lo más normal del mundo. Cuando se lo dije a mi padre, se asustó, y me llevó al párroco, que era el sacerdote con el que me confesaba. Le dijo, con mucha tranquilidad: –Antonio, tiene que hacer primero una carrera. Será como el cura que sale en la tele, que antes estudió periodismo... 


Nadie me habló en ese momento de vocación. Luego me he enterado que mi madrina, cuando me llevó a la pila del bautismo, pidió que yo fuese sacerdote. 


Es importante rezar para que haya personas que trabajen en la viña de Dios, que es la Iglesia, así lo  aconseja Jesús. Eso es muy bueno: rezar para que haya vocaciones, pero más importante es que los candidatos recen, porque de lo contrario no “sentirán” la voz de Dios. 


Lo importante no es lo que hacemos nosotros, sino lo que hace Dios a través de la Eucaristía. De ahí que nos dijera el Beato Álvaro a los sacerdotes: el principal medio de la labor espiritual con gente joven es la Santa Misa.


Y es que de alguna forma estamos conectados a la eternidad a través  del cordón umbilical que nos une a María, Ella nos envía la Sangre de nuestro Señor. Es nuestra Madre. En este momento estamos en su claustro materno. 


Aunque parezcamos seres deformes, raros, como cualquier feto. Pero como una madre, después de una ecografía sabe adivinar los rasgos... en los que nos parecemos a Jesús. 


No olvidemos que, por muy raros que seamos, no solamente somos otros Cristos, sino el mismo Cristo. Y Ella nos dará a luz en la eternidad: verdaderamente somos su hijo. Cuando lleguemos allí, el mismo Jesús le dirá a Ella en el cielo, por fin: He ahí a tu hijo.


Y me acordaba de la leyenda que nos transmite un historiador antiguo, cuando Alejandro Magno se encontró con el nudo gordiano, que nadie podía desatar, y como era una persona audaz lo cercenó con su espada, dándole un tajo. 


La verdad es que el poder de la Virgen es mucho más grande, tanto es así que hay un nudo que nadie puede ni desatar ni cortar, porque Ella lo enlazó


Cuando veamos el nudo de la ciudad de Sevilla, pensemos en el que hizo la Virgen...: Ella enlazó al Hombre con Dios. Los sacerdotes en la Misa le susurramos al Señor: “nunca jamás permitas que me separe de Ti”. Ojalá, cuando pase el tiempo, nosotros también podamos decir en el Cielo, como la leyenda sevillana: –María “no me ha dejado”. 

No ha dejado que el nudo que me ata al Señor se rompa nunca.


Y Tu y yo, hoy en Estrasburgo, festividad de san Luis Rey de Francia, le podemos decir a la Virgen, como hizo Rut: nunca te dejaré, yo iré contigo.


   

PEDRO, PESCADOR


El pescador
Después de la Resurrección del Señor los apóstoles volvieron a Galilea. Y algunos estaban con Pedro a orillas del Mar de Tiberíades, un lago lleno de recuerdos para ellos... Ya hacía años que mientras estaban faenando allí, el Señor les dijo que habían sido elegidos para ser pescadores de hombres. 

Y pasado el tiempo, en ese mismo lago, Jesús haría su ultimo milagro. Y, lo mismo que el primero, realizado en Caná, este sería también en Galilea. 

En la primera ocasión no había vino; en esta última no había pescado. En las dos circunstancias nuestro Señor formuló un mandato: en Caná, que fueran a llenar las tinajas; ahora en el lago que echaran las redes. En uno y otro caso el resultado fue abundancia de vino y abundancia de peces. 

En Caná sabemos que seis tinajas de agua se llenaron de vino. En el lago las redes estuvieron repletas. Así actúa Dios siempre, a lo grande: la magnanimidad es una de las formas de su Amor. Por eso los grandes santos siempre se han destacado por su “alma grande”, magnánima. 

También por eso nosotros los cristianos estamos llamados a hacer grandes cosas por los que tenemos a nuestro lado. Hay personas buenas, muy organizadas que carecen de tiempo para hablar con los demás y así es muy difícil hacerse amigos de las personas que nos rodean. Haciendo oración vamos a pedir eso: un alma grande para dedicar tiempo, con mucha generosidad, a las cosas de los que viven con nosotros. 

Los apóstoles que se encontraban pescando esta vez eran: Pedro, nombrado, como siempre, el primero; a continuación se menciona a Tomás, quien después de haber confesado que Jesús era el Señor y Dios (Señor mío y Dios mío). Pues ahora permanecía junto al jefe de los apóstoles. 

Y también estaba Natanael de Caná de Galilea; lo mismo que los Zebedeos, Santiago y Juan; y otros dos discípulos de los que no conocemos sus nombres. Podemos imaginarnos que somos tú y yo los que estamos presenciando aquello. 

Una diferencia con respecto a la primera pesca milagrosa es que entonces, algunos apóstoles tenían barca propia ahora estaban en la de Pedro. 

Y como siempre Simón tomó la iniciativa y dijo a los otros: –Yo voy a pescar. Le dicen: nosotros también vamos contigo. Y sucedió que estuvieron faenando toda la noche, pero no pescaron nada. Y al clarear, vieron a Jesús en la playa pero lo reconocieron. 

Eran la tercera vez que se acercaba a ellos como un desconocido. Aunque estaba lo suficientemente cerca de la playa para dirigirse a Él, no lograron reconocerle: ni a su persona ni a su voz, tan envuelto en la gloria estaría su cuerpo resucitado. 

Pues igual nos sucede a nosotros, que nos encontramos también en la barca de Pedro, y no vemos ni la figura ni la voz de Jesús. Es importante que aprendamos a escuchar a Dios y verle en las circunstancias de nuestro día, de esta situación que estamos viviendo. 

Para eso están las prácticas de piedad para descubrir a Jesús que pasa a nuestro lado. Si a pesar de todo esa inversión de tiempo no logramos tener presencia de Dios es que algo sucedería. San Josemaría hablaba de cómo a veces la vida de piedad se convierte un armatoste (Surco, punto 652), que en vez de ayudar estorba. 

Pues, en aquella ocasión nuestro Señor les preguntó a esos apóstoles que intentaban pescar, pero que no lo conseguían: –¿Tenéis algo que comer? Le respondieron: –No. Y Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontrareis (Jn 21, 5 ss). 

Los apóstoles, debieron de acordarse más tarde de que Jesús ya les había mandado en otra ocasión echar la red en el agua, aunque antes no había concretado si a la derecha o a la izquierda de la barca. 

En aquel momento nuestro Señor estaba en la barca, ahora se encontraba en la playa. Como para significar que habían terminado para él las agitaciones del mar de la vida, porque ya había muerto y resucitado. 

También nos puede parecer a nosotros que el Señor se encuentra lejos de nuestras preocupaciones. Sabemos que no es así: pues aunque está en el cielo, se interesa por nuestros asuntos y nos da indicaciones para resolver lo que tenemos entre manos. 

Son a veces indicaciones precisas: a la derecha. Lo nuestro consiste en escuchar la voz que nos llega de Dios. Pero Él no nos ahorra ningún trabajo. 

Pues los apóstoles obedeciendo la voz de ese desconocido, y que en realidad era un mandato divino, tuvieron tanta suerte en el trabajo, que les era imposible sacar la red debido a la gran cantidad de peces que había atrapado. 

En el primer milagro de pesca las redes se rompieron, y Pedro, asustado ante aquel hecho prodigioso, dijo a nuestro Señor que se apartara de él, porque era un pecador: aquella abundancia le hizo darse cuenta de su propia pequeñez. 

Eso puede suceder en nuestra vida: sentirnos avergonzados ante las gracias que recibimos de Dios. 

Sin embargo en esta pesca milagrosa la cosa ocurrió de otra forma. Fue Juan quien descubre a Jesús, y por eso dijo: –Es el Señor (Jn 21, 7). Cuantas veces a lo largo de nuestra vida, alguien que está a nuestro lado nos indica que es Jesús quien nos está ayudando. Y quizá nosotros afanados con lo que tenemos entre manos no nos habíamos dado cuenta. Seguramente esta sea la labor de la auténtica dirección espiritual, indicar que es el Señor quien nos habla. 

Tanto Pedro como Juan seguían teniendo el temperamento de siempre. En este momento Juan fue el primero en ver desde la barca al Señor, y Pedro fue el primero en lanzarse. Desnudo como estaba en la barca, se ciñó rápidamente la túnica y recorrió a nado la distancia que le separaba del Maestro. 

Y Juan, el discípulo de la caridad, indudablemente poseía mayor conocimiento espiritual: porque el amor ve mucho. Y Pedro tenía más iniciativa, por eso su fe le lleva a actuar con prontitud. Tenía ese temperamento pero se había potenciado por la fe. 

Juan, estuvo muy cerca del Señor en la última cena. Ahora también era el primero en reconocer que Él estaba en la playa. 

Quizá esto es lo que suele pasar con la gente con la que vivimos: somos muy distintos, nada más hay que vernos. Somos distintos pero todos nos necesitamos. La variedad en la práctica no es ningún inconveniente. Ya lo decía el filósofo: en una organización donde todos piensan lo mismo, nadie piensa nada. 

En una ocasión que Jesús caminaba sobre las aguas en dirección a la barca, Pedro no pudo aguantarse y le pidió a Jesús que le dejara caminar sobre las aguas para acercarse a Él. Y ahora, en este momento, nadaba hacia la playa, después de ceñirse la túnica por respeto al Señor. Podríamos decir que Pedro era muy impulsivo, lo que no podemos decir es que no fuera delicado. Eso no. 

Hay gente muy impulsiva y tiene que aprender la delicadeza. Pedro quizá aprendió al tratar a Jesús. Por eso si nos faltase finura en el trato tendríamos que plantearnos hacer mejor la oración, porque es una manifestación de nuestro trato con Dios. 

Pedro se lanzó al agua. Y los otros seis permanecieron en la barca y al llegar vieron fuego encendido, un pescado puesto a asar y pan que les había preparado Jesús. El Hijo de Dios estaba preparando una comida para sus pescadores. Esto resulta un tanto curioso, que la máxima autoridad que ha existido sea la que más sirva. La máxima autoridad no es la que manda que otros le sirvan sino que Él sirve. 

Ya lo había hecho en la carpintería de Nazaret, ahora también lo hace una vez que ha resucitado. Se vuelve a cumplir que lo que decimos nosotros es menos importante que lo que hacemos. 

Porque las mejores influencias sobre los demás se producen sin darnos cuenta. Normalmente nuestra vida ayuda a los demás sin que lo busquemos expresamente, influimos de forma inconsciente. Por supuesto, un medio de formación ayuda, pero mucho más la actuación. Cuando observamos: –Ay va, se preocupa de mí. Eso se clava en el alma. 

Después de haber sacado la red y contado los ciento cincuenta y tres peces, se convencieron de que se trataba del Señor. Recordarían que Jesús les había llamado pescadores de hombres, y la pesca abundante de ahora simbolizaba a los que, con el paso del tiempo, serían introducidos en la Iglesia. Ahí estamos nosotros en la barca de Pedro que aunque pase por muchas contrariedades nunca se hundirá. 

El primero
Pues este pescador de Galilea es nombrado el primero en toda lista de los apóstoles. No sólo se nombraba el primero, sino que actúa el primero. 

Fue el primero en dar testimonio de la divinidad del Señor. Y luego sería el primero de los apóstoles que testificó que Cristo había resucitado de entre los muertos. Como el mismo san Pablo dijo, Pedro fue el primero que vio al Señor. 

Y después de la venida del Espíritu Santo, Pedro fue el primero en predicar el evangelio. También el primero que desafía a la autoridad de los perseguidores; y el primero entre los doce apóstoles que recibió a los gentiles en la Iglesia. No es una casualidad, es que es el primero. 

Durante su vida pública, cuando nuestro Señor le dijo que era una roca sobre la que Él edificaría su Iglesia. También le dice que el Mesías va a morir y resucitar. Entonces Pedro trata de disuadirle de que muriera en la cruz. 

Y ahora, después de haber dado a Pedro la misión de gobierno, el Señor le predijo que él mismo moriría también en una cruz. 

Era como si Jesús dijera a Pedro: Yo dije una vez que el Buen Pastor daba la vida por sus ovejas; ahora tú eres el pastor que ocupa mi lugar; tú recibirás los maderos de la cruz, cuatro clavos y, luego, la vida eterna. 

En verdad, en verdad te digo que, cuando eras joven, te ceñías tú mismo, y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá, y te llevará a donde tú no quieras (Jn 21, 18). 

Esto es lo que ocurrió: Pedro, a partir de Pentecostés, fue llevado a donde no quería. Primero obligado a abandonar Jerusalén. Luego es conducido por Dios a Samaría, a la casa del pagano Cornelio; después es llevado a Roma. 

Precisamente en la Ciudad Eterna, fue conducido a una cruz y murió en la colina del Vaticano. Siendo como era la Roca, era propio que fuera enterrado en aquel lugar, donde permanece como cimiento de la Iglesia. 

Este hombre que trató de apartar al Señor de la cruz fue el primero de los apóstoles en subir a una cruz. Santiago, fue decapitado. 

Y la cruz en la que murió Pedro tuvo más eficacia espiritual que todo el celo y vehemencia de sus años de juventud, cuando parecía que se iba a comer el mundo. 

De joven, Pedro no comprendía que la cruz significaba redención del pecado. De mayor, entendió claramente el por qué de la cruz. 

Tengo aquí lo que escribe hacia el final de su vida, dice: Nuestro Señor Jesucristo me ha manifestado, que pronto abaldonaré mi tienda (Se refería a su cuerpo). Y procuraré que incluso después de mi partida podáis recordar estas cosas (2 Pe 1,14-15). 

Pues lo esta haciendo, así nos lo recuerda ahora mismo. Por eso ahora le decimos: –Gracias, Pedro, Saxum, por haber sido la Roca. Y habernos recordado que solo un amor que pasa por la cruz, es capaz de realizar la misión de pesca en la Iglesia. 

La misión de pesca abundante la realizaremos si nuestro amor pasa por la cruz.
   

SAN JOSÉ, UN HOMBRE DÉBIL, CREATIVO, REALISTA, 19 DE MARZO


 


Un hombre débil

Para los que aman a Dios todas las cosas les resultan para bien. Y esto es así porque la Providencia de Dios sabe sacar bienes de todos los males, y de los grandes males, grandes bienes.


Esta verdad está unida a otra que también aparece en la Sagrada Escritura, que cuando una persona parece débil entonces es fuerte. Porque en el momento de la debilidad es cuando el Señor nos ayuda con su gran fortaleza. 


Estas enseñanzas de los santos se cumplieron especialmente en la vida de san José. Pero también se pueden repetir en nuestra vida.


Muchas veces pensamos que la vida espiritual, que la acción de Dios en nosotros se basa, se sostiene en la  la parte buena que todos tenemos, en la parte exitosa de nosotros mismos. 


Se piensa que Dios quiere que seamos números uno, como un padre busca que su hijo sea lo máximo.


Pero la realidad es otra, porque Dios realiza la mayoría de sus planes a través de nuestra debilidad. 


Por eso lo que han hecho todos los santos es aceptar su debilidad. Y la santidad consiste en el adiestramiento para que aceptemos lo frágil que somos. 


Y si Dios quiere que experimentemos nuestra poquedad, es porque él la utiliza en sus planes: entonces la enfermedad y las preocupaciones y fracasos humanos contribuyen a hacernos mejores, si sabemos aceptarlos.


Y contrariamente, lo que nos lleva a la infelicidad es rebotarnos ante nuestros defectos, rallarnos por ellos y rechazar las contrariedades. 


Lo propio de Dios es sacar partido de todo: de lo que parece bueno y de lo que parece malo. Y quizá lo más propio de la inteligencia de Dios es sacar de lo malo cosas buenas. 


Por el contrario nuestros enemigos nos ponen a la vista la debilidad para que caigamos en una visión negativa, porque el Maligno que es un soberbio, ve la debilidad como negativo. 


Sin embargo Dios ve la debilidad nuestra y de los demás con mucho cariño, y quiere que nosotros la veamos así, con ternura. 


Por eso cuando Dios nos envía cosas buenas hemos de pensar que él nos quiere, y cuando nos manda sucesos, que la gente llama malos, es porque pretende que le amemos a él. Que nos fiemos de su amor. 


Así que todo lo que sucede es porque nos conviene. Pero pocas personas ven las cosas así, porque en realidad les falta entrenamiento. Para eso estamos aquí y hacemos oración para que Dios nos dé su luz y su verdad.


Porque, a veces nos sucede que juzgamos negativamente a los demás porque en nuestro interior tenemos ese prejuicio. Proyectamos en los demás nuestra propia incapacidad de aceptar nuestra fragilidad. 


Cree el ladrón que todos son de su condición. Nos molestan los fallos ajenos porque también nos molestan los nuestros. 


Juzgamos a los otros con dureza porque nosotros no aceptamos ser débiles. Si aceptáramos nuestros errores también comprenderíamos los de los demás. De ahí que las personas que más se conocen así mismos suelen ser las más compresivas.


Por el contrario si pensamos que nuestros fallos son una desgracia no se nos ocurrirá que las debilidades de los demás puedan ser la base de sus virtudes.


Así que nuestro enemigos pueden decirnos la verdad, pero lo hacen es para condenarnos, para echárnoslos en cara, no para ayudarnos. 


Nuestros enemigos buscan humillarnos. Por el contrario, Dios quiere que nuestros fallos nos sirvan de trampolín. Que cuanto más abajo hayamos caído más arriba subamos. Porque si no hay bajada no hay salto.


En una bolsa que llevaba una chica, que pasaba junto al colegio mayor de las esclavas, vi esta frase: Lo que sucede, conviene.


La historia de San José nos enseña precisamente esto: que través de la debilidad, de la angustia, de las cosas que se nos escapan, precisamente a través de esas cosas desconcertantes pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto para nuestra vida. Si sucede esto es porque conviene. 


Por eso miramos a José, como un hombre de fe, que se fiaba de Dios. El Señor que actúa incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad.


José nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos dejarnos llevar por el miedo. 


A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, y nos damos cuenta que hay cosas importantes que se nos escapan y entonces nos entra el pánico. 


Pero Dios lo tiene todo perfectamente controlado, tiene siempre una mirada más amplia y todo lo organiza para nuestro bien. Pero esto solo se ve, si el Señor nos da su luz, y lo suele hacer en la oración.


Un hombre creativo

Para toda conversión interior necesitamos en primer lugar asumir lo que somos, incluso aquellas cosas que no hemos elegido nosotros mismos. Esto es lo que podríamos llamar asumir nuestra realidad.


En la vida de san José además de ese presupuesto se añade otra característica importante: la valentía creativa.


Esta surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. 


A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener.


Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. 


Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. 


Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía de este hombre que le llevó a ser creativo.


Cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). 


Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).


De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos.


Pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia, de la falta de cabeza de los gobernantes, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan. 


Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar los problemas. No aumentar los problemas sino solucionarlos e incluso sacarles partido. Esto es lo que hace la Providencia de Dios, y José actúa como la sombra del Padre Eterno. 


¿Cómo se consigue sacarle partido a las dificultades? Curiosamente la técnica que no enseña José es la de priorizar los asuntos. Lo primero es hacer las cosas con caridad. La caridad es lo primero, pero para eso ha tenido que cultivar la fe, durante toda su vida. José es una persona que escucha y por eso recibe la luz de Dios. 


La confianza en Dios le lleva a arriesgarse. La fe de José le llevó a ser valiente y lanzarse confiando en la Providencia de Dios. Lo primero es confiar en que Dios tiene más interés que nosotros en que se resuelvan los problemas. Pero que las cosas se resuelven al modo de Dios, no al nuestro. 


Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, sería tonto pensar que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros. A veces pensamos que aquí y ahora necesitaríamos una persona que tenga unas determinadas cualidades. Y esperamos que Dios nos la envíe.


No seamos ingenuos o superficiales. Debemos mirarnos al espejo. Esa persona soy yo. No es que Dios nos haya abandonado sino sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar. 


Ahí entra en juego la creatividad. Iniciativa que no es ir a lo loco, a lo primero que se nos ocurre. La iniciativa y la creatividad no tienen nada que ver con la improvisación, sino con la madurez que nos lleva a pensar. 


La precipitación nos hace ser como un pollo sin cabeza, que se mueve como borracho, sin ningún propósito. Sin embargo la creatividad surge de nuestro ser interior, por eso es original, porque viene de nuestro interior. Tiene que ver con nuestra interioridad, y se alcanza rezando y pensando. 


Hay gente que actúa y luego piensa. Son la gente inmadura, que vive una falsa iniciativa, porque descuida las prioridades. La verdadera creatividad tiene un marco bien preciso, empieza en el interior, de nuestro dialogo con Dios y tiene como fin cumplir su voluntad. Pero se realiza a nuestro estilo, con originalidad. 


Es cierto que necesitamos personas jóvenes que nos ayuden en el apostolado. Qué bien nos vendría algún mirlo blanco. Pues lo que podemos hacer con realismo es blanquear los que tenemos. 


La persona descabezada, parte de si misma, de sus prontos y aunque tenga voluntad, como Saúl, no cumple lo que Dios le pide sino otra cosa, y encima se justifica, a posteriori. Podíamos decir que está ciega, le falta la luz de la fe.


El milagro del Señor es convertir el agua en vino, pero lo que hace el superficial es convertir el vino en agua. 


Lo hace Jesús es subir el nivel: no hacer a los demás como somos nosotros sino como Jesús. 


La creatividad es a veces pedir más: no es que las de Casa hagan la oración como nosotros sino que las de chicas hagan oración por la mañana y por la tarde.


Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos del paralítico que, para presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26). La dificultad no detuvo la audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de que Jesús podía curar al enfermo y «como no pudieron introducirlo por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron en medio de la gente frente a Jesús. 


El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. 


No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos, como todas las demás familias.

 

Un hombre realista

Pues vamos a concretar un poco más: muchas veces ocurren sucesos en nuestra vida cuyo significado no entendemos (una mala nota, la enfermedad, la crítica y la incomprensión por parte de algunas personas). Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. 


Nos rebelamos ante lo que no comprendemos y nos sentimos decepcionados porque Dios no ha hecho nada para evitarnos ese mal. 


Pero José no se dejó de llevar de esos pensamientos negativos. No se recreó en su mala suerte. Lo que hace un hombre de fe es  aceptar la realidad, no intentar enfadarse con ella. 


Ni tampoco huir de esa realidad, imaginando como hubiera sido la vida en forma idílica y rosa, para luego culpabilizar al responsable de lo que sucede, que en último lugar es Dios. Pues Dios es el que permite que ocurra eso que contraria nuestros planes.


Una persona realista es la que dice: esto es lo que hay, esto es lo que Dios ha dispuesto. 


Por eso, si no aceptáramos nuestra realidad, nos atascaríamos, no podríamos avanzar: estaríamos continuamente en un bucle pidiendo continuamente explicaciones a Dios. 


Y no hay que dar tantas vueltas al pasado, que ya no podrá volver, porque entonces seríamos prisioneros de unas ilusiones que nunca se van a realizar. Y como reacción a las frustraciones pasadas podríamos volvernos eternos decepcionados. Pensar que Dios nos ha decepcionado.


Pero tampoco la solución es resignarse ante la realidad. Eso es de burgueses o de gente interiormente envejecida. Lo nuestro es confiar en Dios: pensar que a través de lo que sucede el Señor nos envía mensajes. 


José es un hombre que no se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. 


La vida espiritual de José nos muestra a un hombre que escucha, piensa y reza. Y cuando tiene todo claro, entonces da el paso adelante, actúa con valentía. 


También nosotros, en nuestra vida, necesitamos fortaleza. Quizá nos sentimos débiles, porque esta es la realidad, somos personas frágiles. 


Nuestra fortaleza es prestada, así que hay que pedirla a Dios en oración. Y se cumple lo que decía san Pablo que  cuando soy débil entonces soy fuerte, porque, el Señor, al vernos frágiles, interviene con todo su poder. 


Cuando no me salen los propósitos que he hecho, cuando me viene una crisis anímica, cuando me domina el mal genio, entonces si acudo a la oración el Señor me hará fuerte. Porque nuestra fuerza nos viene de Dios.


Sólo el Señor puede darnos la capacidad para acoger la vida tal como es, y no como como nosotros querríamos que fuese. Porque la vida real tiene una parte contradictoria, inesperada y decepcionante.


Como sucedió con la vida de san José nosotros tenemos que decir muchas veces: bienvenido a la vida real. 


Bienvenido al club de José, donde las cosas no se entienden a la primera.


Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20), parece repetirnos también a nosotros: “¡No tengáis  miedo!”. 


Tenemos que dejar de lado nuestro enfado ante las cosas que nos contrarían, nuestra decepción. Y aceptar lo que hay  sin ninguna resignación pesimista. No pertenecemos al club de los amargados ante la vida. 


Y ahora que ante la pandemia podemos sentirnos decepcionados como si perteneciéramos a la asociación de los hidroalcohólicos anónimos. 


Por el contrario: bienvenido al club de José. Donde se escucha a Dios, se piensa y se actúa con valentía. 


Si José viviese hoy en día no sería una persona que saliese en las redes sociales. Sería más bien como tu padre, una persona tranquila que todo protagonismo lo tendría en su casa, con su familia.


José era una persona realista que de buenas a primeras se encontró metido en el milagro del Evangelio.


En tu vida y en la mía tenemos también que enfrentarnos a la realidad, o mejor dicho más que encararnos con la realidad, que suena agresivo, hay que acoger con valentía lo que nos va llegando. 


Porque algunas cosas las hacemos nosotros personalmente pero otras nos suceden si quererlas nosotros. Pero no por eso son menos nuestras, porque nos han pasado.  


Si vemos que todo nos viene de Dios, entonces comprendemos que lo que nos sucede tiene un significado oculto que habrá que descubrir. 


Está claro que nosotros no somos santos pero no importa, Dios no solo se basa para que maduremos en lo mejor que tenemos. 


Incluso es posible que en nuestra vida hayamos tomado a veces un rumbo equivocado. Pero no importa porque Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas.


Incluso aunque nuestra conciencia nos reprocha algo, Dios «es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20).


Además el realismo cristiano no rechaza nada de lo que existe, porque la realidad está llena de un sentido, aunque tenga luces y sombras. Quizá las sombras, las cosas negativas son los que dan relieve a lo que nos sucede o lo que nosotros hemos hecho.


Por eso dice san Pablo: «Para los que aman a Dios todo es para bien» (Rm 8,28). Si queremos a Dios todo nos sirve, incluso las cosas que llamamos malas. 


Lo mismo que una planta se alimenta de todo lo que tiene a su alrededor nosotros pueden servirnos la basura y las hojas muertas, si tenemos unas raíces profundas, si estamos unidos a la tierra y nos alimentamos del oxigeno del cielo, que es la oración. 


En la oración es donde Dios nos envía su aire para que podamos sacarle partido a todo. 


La vida de José nos enseña a ser realista y a no pensar que hay soluciones facilonas y sentimentales. Lo que hizo es afrontar la realidad.


Esto es muy importante en el trato con los demás. La fe nos enseña a a acoger con realismo a los más débiles porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27).



   

MARÍA MAGDALENA, AMOR RADICAL, 22 de julio



Oh, Dios, tu Unigénito confió a María Magdalena, antes que a nadie, el anuncio de la alegría pascual, concédenos, por su intercesión y ejemplo, proclamar a Cristo vivo y que le veamos reinando en tu gloria.

Así dice la oración que recoge el contenido de la fiesta de hoy, y por eso la llamamos colecta.
Efectivamente el Papa Francisco ha querido que se celebre la fiesta de una Mujer, que tuvo una amistad muy grande con Jesús, y que después de la Virgen, posiblemente vaya ella. Estuvo presente en el momento de su muerte y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el privilegio de ser la primera en ver a Jesús resucitado (Mc 16, 9). 

Jesús le dice: «¡María!».
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabbuní! », que significa: «¡Maestro! ».
Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».

María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto». Fue sobre todo durante el siglo XII cuando su culto se difundió en la Iglesia occidental. Se sabe que el Señor había expulsado siete demonios. Seguramente sería una mujer atractiva. Y por lo que cuenta el Evangelio era muy apasionada. 

El joven rico del que nos habla el Evangelio se amaba a sí mismo sobre todas las cosas, y por eso no siguió al Señor. Amar es correr un riesgo. Es aceptar la inseguridad, la incertidumbre de dar sin esperar nada a cambio.


Amor radical
El Amor misericordioso de Dios es radical porque Él es así. Siendo Todopoderoso, va y se hace Niño. Teniendo la vida, la entrega, para que lo maten en una cruz. La misericordia es radical, porque el Amor de Dios es así de radical. Curiosamente, la gente que se entrega a Dios casi toda es joven, porque hay que estar un poco loco para darlo todo sin esperar nada. Y, en caso de que se dé esa locura en “personas mayores” es porque tienen una chispa juvenil.

María Magdalena es un modelo de amor radical. Todos los que seguían al Señor la conocen. La mala fama que tenía había llegado a sus oídos. Se sabía que Jesús había expulsado de ella siete demonios (cfr. Mc 16, 9). Pero eso a ella le da igual.

Cuando Jesús resucita (Jn 20, 11), la Magdalena no se aparta del sepulcro, a pesar de que el Cuerpo del Señor no está. De allí no se va ella hasta que lo encuentre. Al final el Señor se le aparece, especialmente a ella, porque a Jesús le emociona que le se busque así, de manera radical.

Seguramente sus pecados y sus virtudes eran como consecuencia del amor que tenía. Una chica joven y guapa muy apasionada. Suele pasar porque lo humano es la base de todo lo bueno y de todo lo malo que hacemos.

Pero el Señor no la agobió. También nosotros nos encontramos a gente así. Que llevan una vida frívola. Que están bastante desquiciadas. Pero por muy pecadora que sea una persona también tiene derecho a vivir. El Señor tiene el arma secreta para convertir a la gente: su misericordia.

Nosotros que somos cristianos no debemos fijarnos en que una persona es un estorbo “para mí”, me molesta con su modo de ser, o que no cumple las expectativas que yo me había hecho con respecto a ella. 

Jesús no actúa así con la Magdalena porque el amor lleva a aceptar a una persona tal como es. 
Pero el amor no es una actitud pasiva y no es sólo un sentimiento. El amor está más en las obras que en las cosas bonitas que decimos a los demás. María Magdalena es santa por su amor, que le llevó a anunciar la resurrección del Señor a los apóstoles.

Cuando Jesús resucita (Jn 20,11), la Magdalena no se aparta del sepulcro, a pesar de que el Cuerpo del Señor no está. De allí no se va hasta que lo encuentre. Al final Jesús se le aparece, porque no deja a nadie que le busca de esa manera, de manera radical. 
Después de la Virgen esta mujer has sido una de las cristianas más importantes. Precisamente por su amor. El amor es radical porque Dios es así.

Hambre de santidad
Felices los que tienen hambre de santidad, decía Jesús. El Señor se dirige a los que no quieren ser mediocres. Por muy pecadores que seamos, si le buscamos como Magdalena, con pasión él se hará el encontradizo. Ella pensaba que era el hortelano. 
Porque el Señor a los que tienen interés les envía señales. Los que nos entregamos a Dios en la juventud nos acordamos ahora de esos momentos. Nos dimos cuenta de que no eran casualidades lo que nos estaba sucediendo.
Notamos aquella llamada de Jesús y dejamos todas las cosas para seguirle: como hizo Magdalena y las otras mujeres, que iban junto a la Virgen. Para seguir al Señor hay que tener cintura, cambiar los esquemas, no aferrarse a lo que ya hacemos. Cada etapa de nuestra vida tiene su cierta originalidad: hemos de dejar a Dios que juegue con nosotros, que nos haga descubrir su Voluntad de la forma que Él quiera: Dichosos los que tienen hambre y sed de santidad porque ellos serán saciados.

Se trata de ser personas con sensibilidad interior para ver las luces que Dios nos envía. Santos ha habido muchos en la historia de la humanidad. Pero la receta de la santidad es siempre la misma: un santo es uno que tiene hambre de Dios. Hay una enfermedad que, como sabéis, lleva a no comer. Es la anorexia.

Anorexia
Aunque una pese 30 kilos, siempre se ve gorda. Es una pena. Primero porque no es verdad que esté gorda. Y, luego, porque puede morirse por falta de alimento.

En la vida espiritual, por desgracia, es una enfermedad muy corriente. Hay personas que no tienen hambre de Dios, y creen que ya hacen bastante, se ven gordas. Con tres Avemarías que recen por la noche, haciendo la visita a medio día con unos minutos de oración…Y yendo a misa un día entre semana, ya piensan que están alimentadas, que han hecho bastante.

Es como si una se tomara tres caramelos antes de acostarse, un Yogurt a medio día, y dos comidas calientes en toda la semana. Sería como para llevarla a la UVI espiritual: en cualquier momento puede ofender al Señor. En el fondo no tienen hambre de Dios. Morirá espiritualmente si siguen así. Tendrán siempre una debilidad grande que le impedirá oír la voz del Señor. Dios nos pide mantener nuestro espíritu fuerte para poder escucharle. El Señor, quiere hacernos ver la verdad en nuestra vida. Si tienes hambre de hacer la voluntad de Dios, el Señor te da luces.

Oh, Dios, tu Unigénito confió a María Magdalena, antes que a nadie, el anuncio de la alegría pascual, concédenos, por su intercesión y ejemplo, proclamar a Cristo vivo y que le veamos reinando en tu gloria.

   

EL BUEN TAXISTA



Jesús dice: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco, y ellas me siguen» (Evangelio de la Misa).

En el Apocalipsis se dice que el Señor es el pastor de los santos y que los conduce hacía la felicidad (cfr. Ap. 7,9s: Primera lectura).

Jesús con su voz nos indica el camino, pero como pastor también nos lleva personalmente hasta el sitio mismo. Además, en el caso de que lo necesitemos, no le importa subirnos a sus hombros.

Nos viene a la cabeza la figura del Buen Pastor con una oveja que lleva alrededor del cuello. La lleva de la misma manera que un padre lleva a su hijo pequeño, cuando algunas veces sale de paseo.

Dios cuida especialmente de nosotros, que somos sus hijos. Y si confiamos en el Señor tendremos siempre paz.

Por eso, los acontecimientos de nuestra vida hay que preverlos con mucha esperanza. El Señor nos ha protegido hasta este momento y cuidará también de nosotros en todas las ocasiones.

Él nos llevará. ¿Por qué vamos a temer? Dios nos ha asegurado que todo contribuye al bien de los que le aman. Pues el mismo Padre que nos cuida hoy, nos cuidará mañana.

Y si en nuestra vida viene algún mal, nos dará también el valor para soportarlo.

Por eso hemos de permanecer siempre en paz, y arrancar de nuestra imaginación lo que pueda angustiarnos y decir con frecuencia a Nuestro Señor: «Confío en ti» ¿Qué puede temer un hijo en brazos de semejante Padre?

Los niños no piensan tanto en sus asuntos porque tienen quien piense por ellos, y sin están junto a su Padre siempre serán fuertes. Si lo hacemos estaremos continuamente en paz.

Eso nos ocurrirá si confiamos en Dios de un modo pleno, invariable. Pero los medios para servir al Señor hemos de desearlos serenamente y sin aferrarnos a ellos. Porque podría pesar que en un momento determinado Él nos impidiera utilizarlos, y entonces nos sintiésemos muy afectados.

«Señor, yo, lo que Tú quieras. Lo que Tú quieras»

Hace unos días me dijo un taxista:

–«Aunque no se lo crea, yo cuando salgo de mi casa le digo al Señor: conduce Tú».
   

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