Jesús nos habla de la importancia de ser prudentes, estar siempre en vela. Porque en esta tierra comienza ya la vida perdurable y nos preparamos para nuestra situación definitiva en la eternidad.
VELAD
En una de sus parábolas, cuenta la historia de diez chicas jóvenes invitadas a una boda. Como era costumbre esperaban al novio con lámparas encendidas, para entrar junto con él en la celebración.
Cinco de las jóvenes iban con aceite de repuesto en sus vasijas. A esas se les llama prudentes, porque estaban preparadas, por si surgía algún imprevisto.
Las otras cinco chicas se presentaron sin aceite de repuesto, por eso se les llama imprudentes. Como el novio se retrasaba, las diez se quedaron dormidas. Finalmente, a la medianoche oyeron que avisan sobre su llegada.
Las vírgenes necias representan a las personas que han escuchado el evangelio, simpatizan con sus enseñanzas, pero no ponen los medios para llevar a la práctica la verdad que han conocido. Por eso son imprudentes.
Quizá la emotividad domina su vida y se dejan llevar por los estados de ánimo. En su horizonte vital no está, habitualmente, la preocupación por los asuntos de los otros, y acaban siendo esclavas de su yo. Viven en un despiste existencial.
Las prudentes por su parte han interiorizado el mensaje y tienen paz en su conciencia. No carecen de fallos y pecados, pero poseen la virtud que hace que todo su potencial interior esté dirigido a lo importante.
Algunas que además poseen la base humana, llegan a la cima de la madurez espiritual porque intentan llevar a la práctica la verdad «con caridad». En resumen están preparadas para la eternidad.
El novio representa a Jesús que, al hacerse hombre, ha realizado la unión entre Dios y la humanidad. Es el misterio que se desveló en la boda de Caná. Allí convirtió el agua, que se empleaba para la purificación, en vino, alegría de las fiestas, en especial de las bodas.
Los cristianos somos la luz del mundo. Jesús nos pide poner nuestra lámpara en un lugar visible para que alumbre a todos los de nuestro entorno.
El aceite es el amor que poseemos. Además, la prudencia nos lleva a conseguir un repuesto extra, que pedimos al Espíritu Santo, autentico proveedor del Amor.
El resto de la parábola nos es muy conocido. Todas se levantaron y prepararon sus lámparas para salir al encuentro del novio. Y sucedió que las lámparas de las imprudentes se apagaban porque ya no les quedaba suficiente aceite. Ellas intentaron convencer a las otras cinco para que compartieran con ellas el aceite extra que tenían. Las cinco prudentes les dijeron que era mejor que fueran a comprar, porque corrían el riesgo de quedarse todas sin aceite. Y así lo hicieron.
Pero mientras compraban, llegó el novio. Las cinco vírgenes previsoras entraron con él a la celebración de la boda, y luego se cerró la puerta. Cuando regresaron las otras cinco, se encontraron con la puerta cerrada.
Intentaron convencer al novio para que abriera la puerta, pero él no lo hizo y ellas se quedaron fuera.
Al terminar de contar la parábola, Jesús dio la siguiente advertencia a sus discípulos: «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora».
LLEVAR A LA PRÁCTICA LA VERDAD
A aquellas cinco les impide entrar el atolondramiento, la superficialidad, en definitiva, la falta de la prudencia.
Esta virtud es fundamento de las restantes virtudes humanas. Consiste en la potencia de espíritu que nos facilita conocer el bien y los medios para alcanzarlo.
Las virtudes son una manifestación de la santidad —que el santo posee, y por eso se estudian en los procesos, porque son cuestiones cuantificables y en cierta medida se pueden comprobar y probar—, pero la raíz de la santidad no está en las virtudes.
La virtudes son manifestaciones de que hay santidad, pero no se puede cifrar en ellas la santidad misma, pues la salvación no nos llega por Aristóteles, ni tan siquiera por la ciencia teológica en cuanto tal, sino por la persona de Jesucristo.
La prudencia es la virtud soberana, la virtud reina de la conducta. Rige y gobierna los actos de los hombres. Una acción es buena cuando es prudente, cuando está conducida por la verdad. Por el contrario, para el voluntarismo la base donde se apoya el bien es el deber. Pero el bien no está enraizado en el deber sino en la realidad, en la verdad.
No deberíamos hacer las cosas porque estén «mandadas». Deberíamos realizarlas porque «objetivamente» sean buenas. Hacer el bien es una cosa distinta de cumplir un mandato. El bien no se identifica siempre con el cumplimiento de un mandato.
CON AMOR
Es necesario velar, estar despierto, no olvidar nunca lo importante, pues nuestra vida es una larga espera en la que hemos de mirar los sucesos desde Dios. Su fin principal sería atesorar amor, ese aceite que procede del Espíritu divino. El hombre prudente, el justo, en una palabra, el bueno, es el que atesora en su interior esa caridad.
El aceite de repuesto, que poseen las vírgenes de la parábola, haría referencia a un grado superior de amor. Ese grado de aceite «extra virgen», hace que el que lo posea tenga un «complemento» a la simple naturaleza. De ahí que la visión de las personas verdaderamente prudentes se vuelve «sobre» natural.
Tienen la facultad de mirar las cosas desde Dios, y así relativizan los acontecimientos de este mundo.
Al crecer en ellos la caridad, poseen una perspectiva, que no es fruto de un desengaño y despego por lo humano, sino de un amor sobrenatural que pone lo humano en su sitio.
Esa prudencia de carácter superior, que pone en su lugar —relativizando— las cosas del mundo también cuenta con la prudencia ordinaria, como no podía ser de otro modo, pues la santidad está siempre unida a verdad.
Quizá un resumen de la prudencia perfecta la da la carta a los Efesios (4, 15) cuando afirma que conviene llevar a la practica la verdad con caridad.
«Haciendo la verdad», porque la verdad no es solo para decirla, sino para hacerla realidad con amor: la prudencia del hombre perfecto consiste en transformar la verdad en acción, teniendo el punto de mira dirigido a Dios.
Y si mirábamos a la Virgen prudentísima, que realizaba la voluntad de Dios con alegría, podemos pedirle: –Madre nuestra, que las necias sean prudentes, y las prudentes, simpáticas.
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MATEO 25
1Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. 2Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. 3Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; 4en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. 5El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. 6A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. 7Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. 8Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. 9Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. 10Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. 11Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. 12Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. 13Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».
Jesús emplea una parábola para hacer ver lo absurdo y contradictorio de la conducta de sus contemporáneos (cf. Mt 11, 16-19).
¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”» (11, 16-17).
Aquellos hombres desacreditan a los enviados de Dios para no tener que hacerles caso.
El colmo es que a uno no lo creen porque lo consideran una persona excéntrica, y a otro porque actúa con normalidad. Conviene que meditemos esta parábola porque, de alguna manera, nos concierne a todos.
ESTA GENERACIÓN
Somos hijos de nuestro tiempo, respiramos un mismo ambiente y no podemos vivir de espalda a él. Es muy humano adaptarse a las opiniones generalizadas del entorno en el que vivimos.
Lo queramos o no estamos influenciados por lo que oímos y experimentamos. Nuestra persona se compone indudablemente de nuestro yo, pero también de las relaciones que tenemos con los otros y con el medio en el que vivimos. Somos hijos de nuestros padres y también de nuestro tiempo, de nuestro país, de la cultura occidental u oriental.
No es lo mismo haber nacido en el siglo I que en el XXI, porque estamos condicionados por la técnica, por los descubrimientos de la tecnología. O haber nacido de unos padres cultos o superficiales.
Todo nos influye. Y lo que parece bueno puede facilitar nuestra flojera o lo malo espolear nuestras buenas cualidades. Aunque quisiéramos no podemos aislarnos de las circunstancias en las que desarrollamos nuestro yo. Pues aunque huyéramos del ambiente estaríamos posicionándonos a favor o en contra de él: siempre lo tendríamos que tener en cuenta.
NUESTRO CONTEMPORÁNEO
Cada generación posee una forma peculiar de actuación, aunque todas las épocas tendrán aspectos comunes: la mentira siempre estará mal vista; una persona egoísta acabará sola con el paso del tiempo; los bienes ajenos siempre serán codiciados.
La superficialidad llevará a alabar a los triunfadores y abandonar a los que hayan tenido un revés de fortuna. Se buscará ser actual, estar al día, aunque el hombre será siempre moderno. Podrán mejorar aspectos de la calidad de vida, quizá otros empeorarán.
El ser humano podrá vivir más años, pero nunca tendrá una vida perdurable en esta tierra. Y en lo esencial no ha cambiado ni cambiará.
La doctrina de Jesús y su Persona son de ayer, de hoy y de siempre, tienen validez para todo tiempo. Se podría decir que, en cierto sentido, todos somos sus contemporáneos. Y al hablar de «esta generación», no solo se refiere a la suya propia.
En lo básico seguimos con los mismos problemas: egoísmo, superficialidad... Y al vivir en sociedad también huimos de ser considerados excéntricos o raros, pues tenemos miedo a ser excluidos.
La contrapartida es que también tenemos las mismas soluciones: generosidad, capacidad de escucha…
Jesús dice: «¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”» (Mt 11, 16-17).
No es solo que no hagan caso, sino que le echan la culpa al mensajero. De Juan el Bautista dicen que «tiene un demonio», debido a lo que consideran excentricidades. Y del mismo Jesús dicen que es un comilón y bebedor, porque actúa con normalidad (cf. Ibid., 11, 18) .
Ya se ve que no debemos preocuparnos excesivamente de lo que piensen los demás. Pues hagamos lo que hagamos seremos criticados. Ni el mismo Dios ha sido capaz de contentar a todo el mundo.
Es difícil conocer a una persona y también que nos conozcan a nosotros. Nos engañamos fácilmente, por eso no debemos juzgar con ligereza a nadie, porque estamos lejos de conocer el porqué de su actuación. Dice Jesús: «la sabiduría se ha acreditado por sus obras».
ACTUAR CON SABIDURÍA
Lo que hace que conozcamos a las personas son sus hechos. Jesús enseña con su palabra, pero no es solo un maestro que habla con sabiduría, sino que él es la misma Sabiduría que actúa.
La falta de sentido común de sus contemporáneos no solo les llevó a contradecirse en los argumentos que empleaban, para justificar su mala conducta. Sino que condenan por blasfemo al mismo Hijo de Dios.
También hoy muchos de nuestros contemporáneos están convencidos de que Jesús es un Maestro admirable por su sabiduría y bondad.
Y sin embargo caen en la contradicción de pensar que es tan solo un hombre. Pues es absurdo pensar haya una persona santa y sabia –como ha habido pocas en la historia– que esté convencida de ser Dios y muera por ese motivo, y que en realidad se engañe. Por eso no cabe otra disyuntiva: o se trata de un loco o verdaderamente es Dios.
Se podría parafrasear el capítulo 11 de san Mateo, diciendo: «Jesús, fue un hombre integró y sabio. Al que crucificaron porque, no estando loco, afirmaba ser Dios. Hoy en día, sabemos que nadie puede decir esto, si ser un narcisista megalómano. Sin embargo en nuestro tiempo no se le hubiera condenado a muerte. Por el contrario, su doctrina sirve de inspiración a millones de personas, aunque no se declaren seguidores suyos».
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MATEO 11
16¿A quién compararé esta generación? Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo:
17“Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.
18Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”.
19Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras».
En los primeros años de este milenio tuvo lugar un sínodo de obispos sobre el Viejo Continente.
Al final, Juan Pablo II quiso confirmar con su firma lo que se había dicho, a través de una exhortación apostólica que llevaba por título «La Iglesia en Europa» (Ecclesia in Europa).
En la entradilla de este documento, que trataba del viejo continente, figura este texto: «Sobre Jesucristo, vivo en su Iglesia y fuente de Esperanza para Europa». Pues al hablar de la
esperanza debemos tener el cuenta que Jesús es el ancla donde está sujeta nuestra salvación. Al meditar sobre la esperanza normalmente la consideramos desde el punto de vista nuestro, porque se trata de una virtud, que poseemos en cuanto que vivimos en esta tierra. Propiamente Dios no puede tener la esperanza teologal.
Sin embargo, aunque Dios no puede esperar las realidades sobrenaturales, porque ya las posee, sin embargo mucho espera de nosotros, porque nos quiere.
Es verdad los cristianos esperamos en Dios, pero también Dios espera en nosotros. El amor que nos tiene es tan grande, que busca correspondencia por nuestra parte: no posee nuestro amor, lo espera.
En una de sus parábolas Jesús narra cómo Dios es paciente, y nos busca porque tiene esperanza en nuestro amor, aunque nos hayamos extraviado.
Según escribe san Mateo (18, 12) decía Jesús en una ocasión: «¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida?».
LA PERDIDA
Para un Pastor, como es nuestro Señor, la pérdida de una de sus ovejas es una auténtica tragedia. Dios además es Padre, al que le interesan nuestras cosas. Un hombre tiene preocupación cuando un hijo suyo se extravía, pero Dios no se preocupa sino que se ocupa. Cierto que tenemos libertad para descaminarnos, aunque también lo es que el Señor nos busca, y emplea los lazos de su amor para que volvamos, como si tuviese un hilo invisible por el que estamos unidos.
Y si queremos alejarnos, nos los permite, pero cuando llega el tiempo propicio –y nosotros le dejamos actuar– va enrollando el carrete de su enorme caña de pescar, y poco a poco nos atrae hacia sí.
Él conoce todas nuestras debilidades, pero también lo bueno que hay en nosotros.
Nos conoce perfectamente, porque nos quiere. Su amor es siempre positivo, aunque vea que haya cosas que deban mejorarse. Porque la verdad es siempre positiva. Así la esperanza de un cristiano, que es sobrenatural, está anclada en el amor que Dios nos tiene.
En cambio el optimismo es un estado de ánimo que endulza el alma, como el azúcar que envuelve a los fármacos, para que los niños tomen el jarabe de palo.
Y como sabemos, el mucho azúcar, con el tiempo, puede generar diabetes.
La esperanza no es como el optimismo, pues aunque humano, se basa en un estado anímico, arraigado más en lo psicosomático del hombre que en la vida espiritual de hijo de Dios. Así la esperanza de un cristiano no depende de los vaivenes de esta vida, por estar anclada en eternidad, con las amarras de la confianza en Dios.
La esperanza hace que nos fiemos del amor que Dios nos tiene, que sale a nuestro encuentro cuando nos extraviamos.
No es extraño que haya santos que han aconsejado frecuentar el sacramento de la penitencia, aunque no tengamos especiales pecados, pues la mejor medicina es la preventiva y, como sabemos por experiencia, para mantener nuestro hogar confortable lo más práctico es limpiar sobre limpio.
Así nunca habrá suciedad, como es el caso de los que solo limpian cuando hace falta.
Esto es lo más animante, que Dios nos quiere siempre. E incluso descendió del santuario del cielo al barro de la tierra, para salvarnos. Nuestro Pastor deja noventa y nueve ovejas en el redil para irse a buscar a la extraviada.
No es que al Señor le importen más las personas díscolas, frívolas, descarriadas.
Les interesan todas las personas, aunque su amor de Padre le lleva a volcarse con las más necesitadas, como haría nuestros padres, que él ha creado para que también reflejen su misericordia. Todo esto es de sentido común más vale cien ovejas, que noventa y nueve. Si ya tiene a su lado las noventa y nueve, entonces va en busca de la que le falta, para que esté también con él.
LA PREVENTIVA
Sigue Jesús, diciendo: «Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado» (Mt 18, 13).
Más alegría hay en el cielo cuando hacemos una cosa mal y nos arrepentimos, que no cuando hacemos noventa y nueve cosas bien y no necesitamos pedir perdón.
Y si en alguna ocasión permite algún descalabro nuestro es que con esa caída conseguirá para nosotros un bien mayor, el de la humildad, que quizá nos faltaba. Porque es cierto que el poder de Dios se demuestra en que de los males saca bienes y de los grandes males grandes bienes.
Es cierto que nuestro Pastor deja a las noventa y nueve que están en el redil para buscar a la perdida: no es que le importen menos las personas fieles, pues con todas sus ovejas emplea su amor, pero la mayoría de las veces su gran amor toma la forma de misericordia «preventiva».
LOS PEQUEÑOS
Sabe nuestro Padre Dios (en realidad nuestro Abba, Papá) que algunos de sus hijos somos débiles y por eso nos protege de manera especial.
Pues así se trata a los niños, ya que «no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños» (Mt 18, 7). Y todos somos pequeños ante él. Todas las ovejas están necesitadas del pastor, tanto la que se pierde como los que se quedan.
A la gran mayoría las deja en el redil, para «prevenir» que se descarriaran. En realidad todas las ovejas son iguales de débiles.
Si el Pastor pensase que son mejores las noventa y nueve, las hubiera dejado pastando y no en un cercado que las protegiera de los adversarios.
Sabemos que Satanás ronda como un león, buscando a quien devorar. Nosotros de algún adversario o de su propio extravío.
A veces somos los que nos distraemos olisqueando, distraídos, como si estuviéramos en una segunda adolescencia.
Nosotros estamos en el redil de la Iglesia, no porque seamos mejores que otras personas, sino porque somos unos necesitados. En los hospitales no están los sanos sino los que necesitan ayuda.
La Iglesia es como un hospital donde vamos a que nos curen, a que nos escuchen, a que nos alimenten, a que nos protejan. Para eso nos encontramos en esta Clínica.
También hay otras personas, que necesitarían asistencia, pero se encuentran en la calle. Dios quiere que ingresen para ocuparse de ellos.
Ya llegará el tiempo de que nos den de alta. Nuestro Médico nos dirá: «Te puedes marchar». O nos hemos curado o, por el contrario, no se puede hacer nada por nosotros.
Una de esas dos cosas. Pero nos darán el «alta»: ya nos podemos ir para «arriba», nunca mejor dicho.
A nuestra Madre podremos llamarla enfermera. Quizá le cuadra mejor el título de Pastora, como le llaman en el Rocío.
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MATEO 7
12¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? 13Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. 14Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños.
Según nos cuenta el evangelio de san Mateo (7, 15), decía Jesús en su predicación: «Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces».
PROFETAS FALSOS
Esto es así porque, a veces las apariencias engañan. La buena educación, o simplemente la hipocresía, hace que uno actúe disimulando lo que piensa. Jesús nos previene de que tengamos cuidado con «los profetas falsos», personas que pretenden hablarnos en nombre de Dios, aunque en realidad buscan su propio provecho: material o el de su ego. Sin duda hay lobos con piel de oveja y también mansos corderos con abrigo de lobo.
Es difícil conocer a una persona. Nuestro Señor nos da la solución para acertar: «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 16-19).
Las palabras pueden ser dulces e incluso halagadoras, pero nos hemos de fiar sobre todo de las acciones.
Aunque pecadores somos todos, un hombre bueno no puede actuar mal habitualmente.
Y también es verdad que hasta el más depravado hará alguna cosa buena de vez en cuando. Sin embargo lo normal es que el lobo se coma a las ovejas, y que estas sean mansas.
Lo importante es que el aprendiz de santo comience por ser una buena persona, no por el hecho de rezar oraciones y cumplir preceptos un fariseo se hace bueno.
Aunque si no realizase esas prácticas, quizá sería peor. Pero si un seguidor de Jesús no se caracteriza por actuar bien con sus allegados, eso quiere decir que le falta lo fundamental, el amor. Como es lógico tendrá toda su vida para cambiar y dar el verdadero fruto, no el de la apariencia.
Por eso Jesús no dice que seamos jueces de esas personas, sino que miremos los resultados de su actuación, pues «un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos» (Mt 7, 18).
REZAR Y HACER
Y sigue diciendo Jesús: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”» (Mt 7, 21-23).
Un hombre que actúa mal quizá puede utilizar de tapadera su vida de piedad, como la historia reciente nos enseña de algún espía corrupto, que no solo engañó a su país sino a su propia familia. Para muchos era un hombre de fiar porque era religioso. La verdad se sabría más tarde, pues al final todo se sabe, y ese pobre hombre, condenado a cadena perpetua, terminó suicidándose en la cárcel.
No hay que llegar a esos extremos de doble vida, porque la nuestra no será nada espectacular: todos las pequeñas estructuras corruptas que tengamos no podemos rociarlas con agua bendita. Habrá que desarraigarlas. Lo nuestro es que lo que recemos transforme nuestra vida, no que tape nuestra mala vida.
Si un automóvil tiene un motor prodigioso pero no marcha, habrá que preguntarse por la transmisión. Si nuestra oración no da fruto es que algo falla. Ciertamente no habrá que dejar la oración; tampoco tranquilizarse con ella, como si las prácticas religiosas fuesen un opiáceo tranquilizador. Debemos preguntarnos por los frutos de nuestra oración y de nuestra piedad. Por si nos hacen más intransigentes con los otros o más humanos. Porque Jesús no nos reconocerá como suyos si no hacemos su voluntad por mucho que le hayamos dicho: Señor, Señor (cf.Mt 7, 21-23). Ciertamente nuestro trato con Dios no debería ser un trato solo afectivo sino efectivo. Porque de lo contrario nuestro edificio espiritual estaría edificado sobre arena.
EDIFICAR SOBRE ROCA
Nuestro Señor termina diciendo: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca» (Mt 25).
Uno puede edificar su edificio espiritual sobre el sentimiento, la racionalidad, los valores o las virtudes. Todo eso puede convertirse en elementos de construcción.
Caerá la lluvia, se desbordaran los ríos, soplaran los vientos y romperán contra la casa y se derrumbará, porque no estuvo edificada sobre roca, sino sobre arena (cf. M 7, 24-27).
Nuestra Roca es Cristo, esta es la voluntad de Dios: que escuchemos a su Hijo, que es su Palabra, y no tiene otra. Porque la fe cristiana consiste en aceptar a una persona, no a un sistema de valores. Todavía recuerdo lo que una persona me dijo en una ocasión: –He observado que en su predicación usted habla mucho de Jesucristo.
La verdad que me quedé un poco desconcertado con esta apreciación. Pero me ayudó, porque lo que quería decirme es que no hablaba de una serie de temas: la fraternidad, el espíritu de trabajo, la alegría, la castidad… Sino que más bien hablaba de Jesús. Y entonces me dije a mí mismo: vas por buen camino. Porque la fe cristiana consiste en aceptar a una Persona, no a un sistema de valores.
Nuestra Roca es Cristo. Ni los valores que predicó ni las obras de Jesús son importantes en cuanto tales, sino que son importantes porque proceden de su Persona. Puede ser que otros hombre hayan dicho cosas muy similares, e incluso hayan hecho hazañas igual de portentosas como Jesús predijo. Aunque ellos no son nuestro modelo.Y edificar sobre las enseñanzas de un hombre o seguir ese ejemplo sería como edificar sobre arena
Si esos hechos no provinieran de Jesús, no serían transcendentes, porque solo sería de un puro hombre, pero no de Dios encarnado, que quiere hablarnos.
Además no estamos ante una Persona que solamente pronuncia su palabra; sino que él se identifica con su palabra, no es como los falsos pastores, que una cosa es lo que dicen y otra lo que hacen.
Más tarde o más temprano los que edifican su edificio espiritual sobre las instituciones humanas se derrumbarán.
Porque los cristianos no creemos por la Curia vaticana o por alguna otra estructura eclesial, por muy perfecta que sea.
Nuestra Roca es Cristo, cabeza de la Iglesia, formada por clérigos, pero sobre todo por santos, muchos de ellos laicos, padres de familia, que nos han transmitido la fe que ellos recibieron: en nuestra familia cristiana aprendimos a llamar a Dios con el nombre de Padre, como nos enseñó Jesús. Porque para nosotros la Roca es él. Si le seguimos nunca nos sentiremos defraudados, por mucha Dana espiritual que nos sobrevenga.
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MATEO 7
15Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. 16Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? 17Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. 18Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. 19El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. 20Es decir, que por sus frutos los conoceréis. 21No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. 23Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”. 24El que escucha estas
palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. 25Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. 26El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. 27Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».
Tiempo de negociar es nuestra vida… Como si el mismo Dios nos hubiera dado el encargo de hacer fructificar nuestros talentos, negociar con ellos.
El «talento» era una antigua moneda romana, de gran valor. Y precisamente a causa de la popularidad de esta parábola se ha convertido en sinónimo de «dote personal».
El texto de san Lucas habla de un noble que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda (cf. 19, 12). El hombre de esta parábola representa a Cristo mismo; los siervos son los discípulos; y los talentos son los bienes que se les encomiendan.
Estos talentos no sólo representan las cualidades naturales, sino también las riquezas que Jesús nos ha dejado como herencia: las enseñanzas del Evangelio; su manera de orar, con la que nos dirigimos a Dios como como Padre; los sacramentos, por los que el mismo Jesús nos concede su ayuda desde el comienzo de nuestra vida hasta el final de ella. Sobre todo la Eucaristía, en el que se contiene a Dios mismo. Todo esto compone el tesoro que Jesús entregó a sus amigos al final de su breve existencia terrena.
Con la parábola de los talentos el Maestro nos enseña la actitud interior con la que debemos acoger la riqueza que Dios nos ha entregado: confianza y audacia, en definitiva la valentía que nos lleva a amar, entregando lo que somos y tenemos.
EL HOLGAZÁN
El siervo que entierra el talento, y no lo hace fructificar, dice que actúa así por miedo hacia su Señor.
El mismo siervo explica el motivo de su comportamiento: «Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra» (Mt 25, 24-25).
Por sus palabras se ve que no tiene con su patrón una relación de confianza. Más bien le tiene miedo, y esto le desalienta para tomar iniciativas, porque el miedo lleva a refugiarse en soluciones segura y garantizadas. Y así este hombre termina por no hacer nada de provecho.
Esta parábola nos hace entender lo importante que es tener una idea verdadera de Dios. Porque no debemos pensar que Él es un Señor duro y severo, siempre pendiente de nuestros fallos para castigarnos si nos equivocamos en nuestras decisiones.
Si en nuestro interior está esa imagen equivocada de Dios, nuestra vida no podrá ser fecunda, porque el miedo no es nada constructivo.
En el caso del siervo perezoso, al dejarse llevar por prejuicios, desconfía, aunque el Dueño le haya hecho responsable de su misma hacienda.
Eso es lo verdaderamente objetivo la confianza de uno y la desconfianza del otro.
Lo curioso es que este siervo holgazán le echa la culpa al Señor, de su poco imaginativa y negligente capacidad de negociar.
Pues se limita a enterrar el dinero, pudiendo ir a un banco y obtener intereses.
Esta actitud pasiva la tienen, por ejemplo, quienes han recibido el Bautismo, la Comunión y la Confirmación, y entierran esos dones bajo una capa de prejuicios. El miedo ante sus exigencias le apartan de él.
Sin duda peca contra el Espíritu Santo, pues no confían en su Amor. En su corazón egoísta piensan que el Señor es como ellos, aunque infinitamente más poderoso. Indudablemente tienen fe, como las criaturas maléficas, pero les falta amor.
Así la prevención ante la posible exigencia de Dios paraliza a algunos cristianos, pues aunque, a veces, el mismo miedo lleva a actuar, al no conseguir avances significativos en su vida, arrojan la toalla y pierden la esperanza.
Se olvidan de que en esta vida lo importante es hacer fructificar el amor que Dios nos ha entregado, y no encerrarlo en el interior de nuestro amor propio.
La parábola da más relieve a los buenos frutos producidos por los discípulos que, felices por el don recibido, no lo mantuvieron enterrado, sino que lo hicieron fructificar, compartiéndolo, repartiéndolo.
LOS NEGOCIANTES
Lo que Jesús nos ha entregado se multiplica dándolo a los demás. No es un regalo para fomentar nuestro egoísmo. Paradójicamente, si damos, nuestra riqueza aumenta. Y al revés, si el amor nos lo quedamos para nosotros mismos, entonces lo perdemos. El amor es un tesoro divino que hemos recibido para gastarlo, invertirlo y compartirlo con todos. Lo que no se da, se entierra. La mejor inversión es el amor. El que da encuentra más en su interior. Y al que no da, lo que tiene se pudre.
Por eso decía Jesús que «al que tiene [amor] se le dará, y al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará» (Lc 19, 26). Esta enseñanza de Jesús ha influido también en el plano social, promoviendo en los cristianos una mentalidad caritativa y emprendedora.
El mensaje central de esta parábola de los talentos se refiere al espíritu de responsabilidad, con el que se debe acoger el reino de Dios: El reino de Dios depende de nosotros.
Ya se ve que Dios nos tiene una gran confianza, y da sus gracias, aunque sepa que no vamos a responder positivamente, porque siempre respeta nuestra libertad. Y con ella –que es
el mayor regalo en lo humano– nos da la posibilidad de caminar sobre senderos que no han sido transitados.
De ahí que el siervo que recibió cinco talentos es emprendedor y gana otros cinco. De igual modo se comporta el siervo que había recibido dos y se procura otros dos.
EN LO PEQUEÑO
Libertad, imaginación, creatividad: lo santos cristianos han sido originales sin proponérselo. Porque cada época exige el talento de adaptarse a la realidad cambiante. Sin enterrar los talentos, sino negociando con ellos.
Lo contrario sería hacer lo de siempre, sin tomarse la molestia de sacar de nuestro baúl la ropa que corresponda para cada ocasión, sino dejarla encerrada entre naftalina y bolitas de alcanfor, haciendo que huelan a rancio. Así nunca nos equivocaríamos, pero tampoco acertaríamos nunca.
María que, recibió el don más valioso, Jesús mismo, lo ofreció al mundo con inmenso amor, sin quedárselo para ella sola. Y estando abierta a los planes de Dios, inauguró un nuevo inicio para la historia del mundo. Ella se santificó haciendo de lo pequeño algo extraordinario. Su vida aunque compuesta de cosas minúsculas no fue vulgar sino tremendamente fecunda, porque participó en el negocio de la salvación con los talentos que recibió de su Creador.
Pidámosle que nos ayude a ser siervos buenos y fieles «en lo poco», para que podamos participar un día «en el gozo» de nuestro Señor (Mt 25, 21).
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MATEO 25
14«Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: 15a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. 16El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. 17El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. 18En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. 19Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. 20Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. 21Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. 22Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. 23Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. 24Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, 25tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. 26El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? 27 Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. 28Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. 29Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 30Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».
LUCAS 19
12Añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida. 12Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. 13Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. 14Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”. 15Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. 16El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. 17Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”. 18El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. 19A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. 20El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, 21porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. 22Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? 23Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. 24Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. 25Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”. 26“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. 27Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”». 28Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
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